La Cofradía de los Espadas
Fui miembro de la Cofradía de los Espadas. Recuerdo la reunión destinada a elegir un nombre para nuestra Hermandad. En tal ocasión argumenté qué tan importante era para nuestra supervivencia que tuviéramos un nombre y objetivo respetables, citando como ejemplo lo ocurrido con la Cofradía de San Martín, esa sociedad de amantes del vino —dispuestos, como el personaje de Eça, a vender su alma al diablo por una botella de Romanée-Conti 1858— que sólo ganó fama como una fraternidad de borrachines y, desmoralizada, tuvo que disolverse; en tanto que la Cofradía del Santísimo, con el fin declarado de fomentar la adoración del Señor bajo la advocación del Santísimo Sacramento, continuó existiendo. Es decir, requeríamos apelativo y finalidad dignos. Mis colegas replicaron que nuestra sociedad era secreta; que, en cierta forma, surgía ya desmoralizada (dicho no sin ironía), y que, como no sería divulgado, su nombre carecería de importancia. Agregaron que, aunque al principio disponían de nombres atractivos y objetivos filantrópicos laudables, la masonería y los rosacruces acabaron siendo acusados, a diestra y siniestra, de manipulaciones políticas por medio del secuestro y el asesinato. Insistí, pidiendo que se sugirieran nombres para la Cofradía, lo que en efecto ocurrió. Consideramos enseguida las diferentes propuestas que estaban sobre la mesa. Tras acalorados debates, nos ceñimos a cuatro nombres: el de Cofradía de la Buena Cama fue desechado pues insinuaba que se trataba de una sociedad de dormilones; el de Cofradía de Apreciadores de la Belleza Femenina no sólo era demasiado largo, sino que fue considerado limitativo y esteticista, pues estábamos lejos de vernos a nosotros mismos como estetas, en sentido estricto; no dejaba de tener razón Picasso al despreciar lo que denominaba juego estético de la mirada y la mente, al que se dedicaban los connaisseurs que “apreciaban” la belleza, pues, a fin de cuentas, ¿qué es “belleza”? La nuestra era una cofradía de Cogelones y, como el poeta Whitman dijo en un poema adecuadamente titulado “A Woman Waits for Me”, el sexo lo abarca todo: cuerpos, almas, significados, desafíos, purezas, delicadezas, resultados, declaraciones, canciones, órdenes, salud, orgullo, misterio maternal, líquido seminal; todas las esperanzas, beneficios, dones y concesiones; todas las pasiones, bellezas y delicias de la tierra. Sugerido por uno de los poetas de nuestro grupo (en el que, como es claro, habíamos muchos poetas), que ilustró su propuesta con un poema de John Donne —“Seduction. License my roving hands, and let them go before, behind, between, above, below” — el de Cofradía de las Manos Inquietas fue también descartado, a pesar de la ventaja de su sencillez al privilegiar el conocimiento a través del tacto, por considerarlo un símbolo primitivo de nuestros objetivos. Después de muchas discusiones, se terminó adoptando el nombre de Cofradía de los Espadas. Los Hermanos más ricos fueron quienes más lo defendieron, pues es conocida la atracción que sienten los aristócratas por las cosas del bajo mundo, su fascinación por los delincuentes, y el término Espada, como sinónimo de Cogelón, procedía del mundo marginal; la espada perfora y agrede, al igual que el pene, conforme consideran erróneamente bandidos e ignorantes en general. Había sugerido que, de inclinarnos por algún nombre simbólico, deberíamos buscar el de algún árbol de ornato, apreciado por sus flores, ya que el pene es conocido con los nombres vulgares de palo o garrote, y palo es el nombre genérico de cualquier árbol en muchos lugares de Brasil (aunque no, en rigor, de los arbustos, cuyo tronco es frágil), pero mi razonamiento no resultó sostenible cuando fui incapaz de responder a quien me preguntó qué nombre asumiría la Cofradía. ¿Cofradía de los Palos, de los Troncos? Espada, según mis contendientes, tenía fuerza vernácula; una vez más la plebe contribuía con honor al enriquecimiento de la lengua portuguesa.
Como miembro de la Cofradía de los Espadas consideraba, como aún considero, que lo único que importa al ser humano es la cópula. Coger es vivir, nada más —como bien saben los poetas—. ¿Se requería, realmente, de una Hermandad para defender ese axioma absoluto? Desde luego que no. Había, sin duda, prejuicios, pero no nos interesaban; represiones sociales y religiosas, pero no nos afectaban. ¿Cuál fue, entonces, el objetivo de la creación de la Cofradía? Muy simple: descubrir la manera de alcanzar el orgasmo, plenamente, prescindiendo de la eyaculación. Como cuenta Montaigne, la Reina de Aragón, mucho antes de que ese antiguo reino se uniera al de Castilla, en el siglo XV, tras puntuales deliberaciones de su Consejo Privado y tomando en cuenta la moderación que la modestia exige de los matrimonios, estableció como norma que seis era el límite legal, necesario y pertinente para el número diario de cópulas. Es decir, en aquel tiempo un hombre y una mujer se ayuntaban, de manera competente y modesta, seis veces al día. Flaubert, para quien une once de sperme perdue fatigue plus que trois litres de sang (me he referido a esto en uno de mis libros), consideraba seis cópulas por día más de lo humanamente posible, pero Flaubert no era, que sepamos, un Espada. Incluso en nuestros días, se cree que el goce sólo proviene de la eyaculación, a pesar de que, hace más de tres mil años, los chinos afirmaron que el varón es capaz de experimentar varios orgasmos sucesivos sin venirse, evitando así la pérdida de la onza de esperma que fatiga más que la de tres litros de sangre. (Los franceses llaman petitte morte al cansancio que sigue a la cópula, por lo que uno de sus poetas afirmó que la carne era triste, pero los brasileños entienden que la carne es débil, en todos los sentidos, lo que me parece más angustiante: es peor ser débil que triste.) Se calcula que, a lo largo de su vida, un hombre se viene, en promedio, cinco mil veces, expulsando un total de un billón de espermatozoides. ¿Para qué y por qué tanta cosa? Porque, a decir verdad, somos aún una especie de mono y, aunque sería suficiente que sólo unos cuantos lo hicieran, todos actuamos como un depósito genético rudimentario. Nosotros, en la Cofradía de los Espadas, estábamos convencidos de que el hombre, al librarse de su atrofia simiesca y apoyado en las peculiares virtudes de su mente (ya que nuestro cerebro, repito, dista de ser el de un orangután), podría tener varios orgasmos seguidos sin venirse, momentos de clímax que le producirían mayor placer aún que los de naturaleza seminal, que hacen del hombre un mero instrumento ciego del instinto de preservación de la especie. Ese resultado nos colmó de alegría y orgullo: mediante complicados y penosos ejercicios físicos y mentales, habíamos logrado alcanzar el Orgasmo Múltiple Sin Eyaculación, que pronto fue conocido por su acrónimo: OMSE. No estoy en condiciones de revelar cuáles fueron esos “ejercicios”, pues me lo impide el juramento de mantener el secreto. En rigor, no debería hablar siquiera del tema, incluso de esta manera tan vaga.
Fui miembro de la Cofradía de los Espadas. Recuerdo la reunión destinada a elegir un nombre para nuestra Hermandad. En tal ocasión argumenté qué tan importante era para nuestra supervivencia que tuviéramos un nombre y objetivo respetables, citando como ejemplo lo ocurrido con la Cofradía de San Martín, esa sociedad de amantes del vino —dispuestos, como el personaje de Eça, a vender su alma al diablo por una botella de Romanée-Conti 1858— que sólo ganó fama como una fraternidad de borrachines y, desmoralizada, tuvo que disolverse; en tanto que la Cofradía del Santísimo, con el fin declarado de fomentar la adoración del Señor bajo la advocación del Santísimo Sacramento, continuó existiendo. Es decir, requeríamos apelativo y finalidad dignos. Mis colegas replicaron que nuestra sociedad era secreta; que, en cierta forma, surgía ya desmoralizada (dicho no sin ironía), y que, como no sería divulgado, su nombre carecería de importancia. Agregaron que, aunque al principio disponían de nombres atractivos y objetivos filantrópicos laudables, la masonería y los rosacruces acabaron siendo acusados, a diestra y siniestra, de manipulaciones políticas por medio del secuestro y el asesinato. Insistí, pidiendo que se sugirieran nombres para la Cofradía, lo que en efecto ocurrió. Consideramos enseguida las diferentes propuestas que estaban sobre la mesa. Tras acalorados debates, nos ceñimos a cuatro nombres: el de Cofradía de la Buena Cama fue desechado pues insinuaba que se trataba de una sociedad de dormilones; el de Cofradía de Apreciadores de la Belleza Femenina no sólo era demasiado largo, sino que fue considerado limitativo y esteticista, pues estábamos lejos de vernos a nosotros mismos como estetas, en sentido estricto; no dejaba de tener razón Picasso al despreciar lo que denominaba juego estético de la mirada y la mente, al que se dedicaban los connaisseurs que “apreciaban” la belleza, pues, a fin de cuentas, ¿qué es “belleza”? La nuestra era una cofradía de Cogelones y, como el poeta Whitman dijo en un poema adecuadamente titulado “A Woman Waits for Me”, el sexo lo abarca todo: cuerpos, almas, significados, desafíos, purezas, delicadezas, resultados, declaraciones, canciones, órdenes, salud, orgullo, misterio maternal, líquido seminal; todas las esperanzas, beneficios, dones y concesiones; todas las pasiones, bellezas y delicias de la tierra. Sugerido por uno de los poetas de nuestro grupo (en el que, como es claro, habíamos muchos poetas), que ilustró su propuesta con un poema de John Donne —“Seduction. License my roving hands, and let them go before, behind, between, above, below” — el de Cofradía de las Manos Inquietas fue también descartado, a pesar de la ventaja de su sencillez al privilegiar el conocimiento a través del tacto, por considerarlo un símbolo primitivo de nuestros objetivos. Después de muchas discusiones, se terminó adoptando el nombre de Cofradía de los Espadas. Los Hermanos más ricos fueron quienes más lo defendieron, pues es conocida la atracción que sienten los aristócratas por las cosas del bajo mundo, su fascinación por los delincuentes, y el término Espada, como sinónimo de Cogelón, procedía del mundo marginal; la espada perfora y agrede, al igual que el pene, conforme consideran erróneamente bandidos e ignorantes en general. Había sugerido que, de inclinarnos por algún nombre simbólico, deberíamos buscar el de algún árbol de ornato, apreciado por sus flores, ya que el pene es conocido con los nombres vulgares de palo o garrote, y palo es el nombre genérico de cualquier árbol en muchos lugares de Brasil (aunque no, en rigor, de los arbustos, cuyo tronco es frágil), pero mi razonamiento no resultó sostenible cuando fui incapaz de responder a quien me preguntó qué nombre asumiría la Cofradía. ¿Cofradía de los Palos, de los Troncos? Espada, según mis contendientes, tenía fuerza vernácula; una vez más la plebe contribuía con honor al enriquecimiento de la lengua portuguesa.
Como miembro de la Cofradía de los Espadas consideraba, como aún considero, que lo único que importa al ser humano es la cópula. Coger es vivir, nada más —como bien saben los poetas—. ¿Se requería, realmente, de una Hermandad para defender ese axioma absoluto? Desde luego que no. Había, sin duda, prejuicios, pero no nos interesaban; represiones sociales y religiosas, pero no nos afectaban. ¿Cuál fue, entonces, el objetivo de la creación de la Cofradía? Muy simple: descubrir la manera de alcanzar el orgasmo, plenamente, prescindiendo de la eyaculación. Como cuenta Montaigne, la Reina de Aragón, mucho antes de que ese antiguo reino se uniera al de Castilla, en el siglo XV, tras puntuales deliberaciones de su Consejo Privado y tomando en cuenta la moderación que la modestia exige de los matrimonios, estableció como norma que seis era el límite legal, necesario y pertinente para el número diario de cópulas. Es decir, en aquel tiempo un hombre y una mujer se ayuntaban, de manera competente y modesta, seis veces al día. Flaubert, para quien une once de sperme perdue fatigue plus que trois litres de sang (me he referido a esto en uno de mis libros), consideraba seis cópulas por día más de lo humanamente posible, pero Flaubert no era, que sepamos, un Espada. Incluso en nuestros días, se cree que el goce sólo proviene de la eyaculación, a pesar de que, hace más de tres mil años, los chinos afirmaron que el varón es capaz de experimentar varios orgasmos sucesivos sin venirse, evitando así la pérdida de la onza de esperma que fatiga más que la de tres litros de sangre. (Los franceses llaman petitte morte al cansancio que sigue a la cópula, por lo que uno de sus poetas afirmó que la carne era triste, pero los brasileños entienden que la carne es débil, en todos los sentidos, lo que me parece más angustiante: es peor ser débil que triste.) Se calcula que, a lo largo de su vida, un hombre se viene, en promedio, cinco mil veces, expulsando un total de un billón de espermatozoides. ¿Para qué y por qué tanta cosa? Porque, a decir verdad, somos aún una especie de mono y, aunque sería suficiente que sólo unos cuantos lo hicieran, todos actuamos como un depósito genético rudimentario. Nosotros, en la Cofradía de los Espadas, estábamos convencidos de que el hombre, al librarse de su atrofia simiesca y apoyado en las peculiares virtudes de su mente (ya que nuestro cerebro, repito, dista de ser el de un orangután), podría tener varios orgasmos seguidos sin venirse, momentos de clímax que le producirían mayor placer aún que los de naturaleza seminal, que hacen del hombre un mero instrumento ciego del instinto de preservación de la especie. Ese resultado nos colmó de alegría y orgullo: mediante complicados y penosos ejercicios físicos y mentales, habíamos logrado alcanzar el Orgasmo Múltiple Sin Eyaculación, que pronto fue conocido por su acrónimo: OMSE. No estoy en condiciones de revelar cuáles fueron esos “ejercicios”, pues me lo impide el juramento de mantener el secreto. En rigor, no debería hablar siquiera del tema, incluso de esta manera tan vaga.
En los seis meses siguientes a nuestro descubrimiento, la Cofradía de los Espadas funcionó a las mil maravillas. Pero llegó el día en que uno de nuestros cofrades, poeta como yo mismo, demandó que se convocara a una Asamblea General de la Cofradía para dar a conocer un asunto al que atribuía la máxima importancia. Su mujer, advirtiendo la ausencia de emissio seminis durante el acto, había llegado a la conclusión que ello podía obedecer a diversas razones, que se resumirían en las siguientes: o bien él estaba almacenando el esperma para otra mujer, o bien fingía sentir placer cuando en realidad actuaba mecánicamente, como un robot desprovisto de alma. La mujer llegó incluso a sospechar que nuestro colega se había hecho un implante en el pene, para mantenerlo siempre erecto, alegato cuya falta de fundamento él pudo demostrar sin dificultad. Sin embargo, la mujer del poeta dejó de experimentar placer en la cópula, en realidad ella deseaba la viscosidad del esperma dentro de su vagina o sobre su piel, esa secreción blanca y pegajosa le parecía un símbolo poderoso de la vida. El sexo, como quería Whitman, también incluye el líquido seminal. La mujer no lo dijo, pero parece evidente que el desmedro de él, el macho, representaba el fortalecimiento de ella, la hembra. Sin tales ingredientes, ella no sentía placer y, aquí viene lo más grave, si ella no experimentaba placer nuestro cofrade tampoco lo sentía, ya que nosotros, los de la Cofradía de los Espadas, necesitamos que nuestras mujeres disfruten también. Ese es nuestro lema (no lo cito en latín para no parecer presuntuoso, ya usé antes esa lengua): Gozar Haciendo Gozar.
La Asamblea quedó silenciosa tras la explicación de nuestro hermano. La mayor parte de los miembros de la Cofradía estaba presente. Acabábamos de escuchar palabras inquietantes. Yo, por ejemplo, ya no me venía. Desde que había logrado dominar el Gran Secreto de la Cofradía, o EMSO, ya no producía ni una gota de semen, aunque todos mis orgasmos fueran mucho más placenteros. ¿Pero si mi mujer, a quien yo tanto amaba, me pidiera —y ella bien podía hacerlo en cualquier momento— que me viniera sobre sus delicados senos alabastrinos? Pregunté a uno de los médicos de la Cofradía —pues había varios entre nosotros— si podría recuperar la capacidad de eyacular. Es una verdad lamentable que la medicina nada sabe de sexo, y mi colega respondió que eso sería en extremo difícil, debido a que yo, como todos los demás, dependíamos sin remedio de aquel condicionamiento físico y espiritual; que él ya había intentado, echando mano de todos los recursos científicos a su disposición, anular ese reflejo sin conseguirlo. Al oír la terrible respuesta, todos quedamos consternados en extremo. En seguida, otros Cofrades dijeron que hacían frente al mismo problema, que sus mujeres empezaban a encontrar artificial y, por tanto, espantable aquel ardor inagotable. Creo que me volví un monstruo, dijo el poeta que nos había convocado para el examen colectivo del problema.
Fue así como desapareció la Cofradía de los Espadas. Antes de desbandarnos, juramos con sangre que jamás reveleríamos el secreto del Orgasmo Múltiple Sin Eyaculación, llevándonlo con nosotros a la tumba. Continuamos teniendo mujeres que nos esperaban, pero debían ser cambiadas constantemente, antes de que descubrieran que éramos diferentes, extraños, capaces de gozar con infinita energía sin derramamiento de semen. Nos está vedado enamorarnos, pues nuestras relaciones son efímeras. Yo también me volví un monstruo y mi único deseo en la vida es volver a ser un mono
La Asamblea quedó silenciosa tras la explicación de nuestro hermano. La mayor parte de los miembros de la Cofradía estaba presente. Acabábamos de escuchar palabras inquietantes. Yo, por ejemplo, ya no me venía. Desde que había logrado dominar el Gran Secreto de la Cofradía, o EMSO, ya no producía ni una gota de semen, aunque todos mis orgasmos fueran mucho más placenteros. ¿Pero si mi mujer, a quien yo tanto amaba, me pidiera —y ella bien podía hacerlo en cualquier momento— que me viniera sobre sus delicados senos alabastrinos? Pregunté a uno de los médicos de la Cofradía —pues había varios entre nosotros— si podría recuperar la capacidad de eyacular. Es una verdad lamentable que la medicina nada sabe de sexo, y mi colega respondió que eso sería en extremo difícil, debido a que yo, como todos los demás, dependíamos sin remedio de aquel condicionamiento físico y espiritual; que él ya había intentado, echando mano de todos los recursos científicos a su disposición, anular ese reflejo sin conseguirlo. Al oír la terrible respuesta, todos quedamos consternados en extremo. En seguida, otros Cofrades dijeron que hacían frente al mismo problema, que sus mujeres empezaban a encontrar artificial y, por tanto, espantable aquel ardor inagotable. Creo que me volví un monstruo, dijo el poeta que nos había convocado para el examen colectivo del problema.
Fue así como desapareció la Cofradía de los Espadas. Antes de desbandarnos, juramos con sangre que jamás reveleríamos el secreto del Orgasmo Múltiple Sin Eyaculación, llevándonlo con nosotros a la tumba. Continuamos teniendo mujeres que nos esperaban, pero debían ser cambiadas constantemente, antes de que descubrieran que éramos diferentes, extraños, capaces de gozar con infinita energía sin derramamiento de semen. Nos está vedado enamorarnos, pues nuestras relaciones son efímeras. Yo también me volví un monstruo y mi único deseo en la vida es volver a ser un mono
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